martes, 30 de mayo de 2006

Me encantaba soñar en primavera largas horas al día. Pero bastaba siempre con distraerse un segundo para que se nos caiga encima cualquier otra estación y quedar así atado, hasta el próximo sueño, a la realidad.
Acuerdome bien de que como comenzaba tal proceso. Primero los párpados caían en suaves arcoiris, bailaban así los colores de la mano por mi rostro. Por suerte siempre me encontraba solo cuando ésto sucedía ya que ni quiero sospechar la reacción de un ser externo al notar todos esos colores y sabores liberándose por mi totalidad. Poco a poco, ya entrando más en confianza con la sensación, dejaba recobrar el el olfato desabrigándome un poco así del invierno y, nadando entre esos aromas de día del estudiante, se empezaban a despabilar a las primeras sonrisas. Solamente bastaba esperar que tus labios entraran en escena para que se recuesten al lado abrazados a los míos y junto con ellos, tratando de no molestar, dormir así un par de vidas.