jueves, 28 de febrero de 2008

456 hojas. Pensó que quizá ese sería el número justo. El lapso de tiempo necesario para poder enamorarse como tantas veces de los mismos personajes. A él le encantaba invadir esa realidad impuesta y tan fragil donde pasaba los mejores momentos de su vida, como bien dijo siempre. Entonces tomaba carrera y empezaba su vertiginosa nueva vida con el libro en sus manos como su único lasarillo, perdiendose entre los recovecos solo por puro gusto, para llegar así a la tan ansiada hoja 456. No sería raro que esta parte del proceso se lo viera literalemente con los pelos de punta. Le gustaba prevenir este momento ya desde la 324, corria de acá para allá preparando su lecho de muerte, donde moriria otra vez en manos de la agridulce hoja 456.
Y así cuando lo inevitable se acercaba, casi siempre pasadas las once de la noche, se lo veía recostarse calmo como un té de tilo tratando de imaginar, paralelamente a las últimas palabras, quien será el afortunado que le apague el velador.

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