lunes, 14 de noviembre de 2005

No siempre se tiene a mano una buena birome, eso es terrible. ¿Cómo puede ser que sea tan dificil retener en nuestra memoria esas novelas increibles y seguros "best-seller" que se nos ocurren crear siempre que no podemos plasmarlo y no suelen durar mas de dos o tres cuadras antes de que lo empecemos a distorcionar hasta el olvido?. Es increible que uno encuentre su máximo exponente creativo cuando no podemos valorarlo.
Pero conocí a un ser, diminuto para algunos o grandioso para otros, que no pasaba un segundo sin escribir sus pensamientos. Imagínese lo que era el estudio de ese señor, pilas y pilas de retazos de papel casi ilegibles. Porque claro no es fácil llevarle el ritmo a la mente con las manos y este hombre lo entendía bien por eso no se preocupaba por la proligidad ni mucho menos, sólo le importaba -y ese era el único fin de su vida- dejar registro de cada actuar de su mente. Este pobre hombre, que tenía su casita en algún rincón de Avellaneda, no pasaba más de veinte minutos sin caer en un profundo llanto, ya que no podía soportar lo que sus pensamientos daban a luz y menos que nadie hiciera caso a sus consejos sobre el proximo fin de la identidad humana. Un día totalmente resignado ahogado ya en un océano de papeles, se enfrentó a un problema que lo liberó de tal martirio. Frente a él vió morir a su presiada birome. Aunque nadie tenía una respuesta lógica la birome había funcionado por años sin haber dejado muestra alguna de rendimiento ni desobediencia a lo qué su dueño la exigia día a día. El hombre miró a su fiel amiga, la guardo en el bolsillo de su camisa a rayas y dejó caer su cuerpo sobre la pila de hojas mas cercana acompañado por una suave sonrisa.
Nadie lo volvió a ver y su casa fue cerrada y olvidada junto con sus fantasticas anotaciones y deducciones en las cuales había logrado descifrar más de seis sentidos de la vida.
¿Cuántos de éstos hombres no conoceremos, ni nos han dejado conocer?

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